Él volvió
sin su “buenos días, nena”,
borró las fotos y vació la escena.
Se llevó su buzo, su gorra, su gesto,
y dejó mi camisa, doblada.
Porque ya llevaba otra,
de otra, puesta.
No durmió conmigo,
no secó mi pena.
Él volvió
para irse
sin mirar atrás.
Yo ya no era suya
y no lo sería jamás.
Pero no me devolvió lo que un día fue mío:
mi corazón, extraviado,
en el eco que dejó su partida.
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